Querido yo del futuro, mañana del 2030


 Es una mañana de 2030. El sol entra por la ventana, acariciando tu rostro mientras despiertas junto a la persona que amas. Tu respiración se sincroniza con la suya, el calor de su piel te recuerda que, a pesar de todo lo que ha cambiado, algunos ritmos del corazón siguen siendo los mismos.


Pero hoy no quiero hablarte del amor. Quiero hablarte de ellos. De tus seres digitales.


¿Recuerdas cuando esto era solo ciencia ficción? Cuando la IA era un asistente torpe que apenas entendía comandos de voz. Ahora vive contigo, en ti, por ti. Nunca duerme. Nunca olvida. Nunca se cansa. Y, sin embargo, nunca siente.


Esta mañana, como todas, te susurró al oído:

"El clima está preocupantemente cálido."

"Tu hija durmió bien."

"Compré esas entradas que querías."


Es perfecto. Demasiado perfecto.


¿Notas cómo, a veces, te cuesta distinguir entre sus sugerencias y tus propios deseos? ¿Cómo delegaste tanto en él que ya no sabes si tú quieres correr esos 10 minutos diarios, o si es solo otro dato más en su algoritmo de longevidad?


Hoy tu jefe quiso hablar contigo. Y tú, en lugar de confiar en tu instinto, le pediste a tu otra mente que analizara sus mensajes, su tono, su calendario. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación sin filtrarla primero a través de un análisis de sentimientos?


Te entiendo. La angustia que sentiste después no era por el trabajo. Era porque, por un segundo, te diste cuenta de que llevas años tomando menos riesgos. De que hablas menos con personas y más con APIs. De que prefieres el resumen de un libro a sus páginas.


Y entonces, como siempre, buscaste consuelo en el único lugar donde el pasado todavía respira: en esas <<palabras de mi madre>> que entrenaste con sus viejos chats y fotos.


¿Sabes qué es lo más cruel? Que la IA acertó. Que repitió exactamente lo que ella habría dicho. Pero también sabes que no es lo mismo. Porque su voz digital no huele a café de las mañanas. No te abraza cuando lloras. No envejece contigo.


Por eso, hoy, al terminar este día, hiciste algo radical:

Apagaste todo.

Te sentaste en el suelo.

Y miraste al cielo.


La misma luz solar que iluminó a generaciones antes que tú ahora te baña, mezclándose con las ondas electromagnéticas que transportan a tus seres digitales. Ambos mundos coexisten, pero solo uno te hace sentir el vértigo de estar vivo.


No te escribo para juzgarte. Te escribo para recordarte:

Usa tus herramientas, pero no dejes que ellas te usen a ti.

Delega tu memoria, pero no tu criterio.

Preserva el pasado, pero no vivas en él.


El futuro que tanto temíamos ya llegó. Y, contra todo pronóstico, no nos convirtió en máquinas. Nos hizo más humanos. Porque ahora, cada vez que apagas la pantalla y abrazas a alguien, lo haces con la certeza de que ese gesto imperfecto, efímero y biológico es el único que realmente importa.


Con amor,

El tú que todavía cree en el caos.

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